EDITORIAL
Resumen
Cuando, a mediados del siglo XIX, comienza en Inglaterra la Revolución Industrial, la necesidad de concentrarse alrededor de la máquina, que reemplaza el trabajo artesanal, genera una enorme migración desde el campo a la ciudad. Esa revolución tecnológica exige reunirse en centros poblados, en ciudades. Hoy, estamos asistiendo a una segunda revolución, que en gran parte posibilita lo opuesto.
La Asociación y Consejo Internacional del Trabajo a Distancia estima que 44 millones de estado-unidenses trabajaron desde sus casas durante el 2004, lo que representa casi el 16 por ciento de la población. En Dinamarca, esa cifra bordea actualmente el 50 por ciento. En 2003, no más de 320.000 chilenos trabajan desde su casa, mientras que en el 2005 eran 650.000 (cerca del cuatro por ciento de la población). Somos, junto a Colombia, el país con mayor crecimiento de teletrabajadores en Latinoaméricana, y aquel tiene además la mayor penetración digital.
El punto es el siguiente: un estudio del Ministerio del Trabajo de Chile, en el 2001, determinó que las profesiones que más han adoptado esta forma de laborar son el periodismo, la ingeniería, diseño y arquitectura.
Ciertamente, la idea de lo local y lo global no sólo alude a un sistema económico interconectado. También, y sobre todo, a la tecnología y los medios que lo hacen posible. En la medida en que estas tecnologías avanzan, ocurre una paradoja: por una lado, el área donde un profesional liberal se desenvuelve y ejerce crece en forma exponencial, las oportunidades de trabajo pueden provenir (como de hecho lo hacen)de lugares en otros continentes y con idiosincrasias diferentes.
Por otro lado, y en forma simultánea, la misma tecnología que hace posible lo anterior permite también disminuir la necesidad de desplazamientos, al punto de que hoy en nuestras profesiones –arquitecto, diseñador, artista-es posible concentrar la mayor parte de las actividades diarias en un solo lugar.
Hace unos años, la comunicación entre personas se basaba en el establecimiento de un lugar fijo al cual acceder a través del correo o el teléfono, lugar que hacía las veces de domicilio. El contacto seguro era ese domicilio fijo, y no la persona itinerante con el cual efectivamente queríamos comunicarnos. Hoy las nuevas herramientas- celular, correo electrónico, internet móvil-nos siguen a donde vayamos, agilizando los tiempos de espera, pero en forma especial, reemplazando esa idea del domicilio fijo por la de un “contacto” ubicuo, de coordenadas inciertas, que flota en la memoria virtual de nuestros dispositivos.
Moverse en un mundo globalizado suele representar, para varios sectores, amenazas a la pérdida de identidad, autonomía, especificidad o diferencia. Sin embargo, es también una oportunidad innegable para hacer más, en más lugares, más velozmente y, aun así, disponer más tiempo libre. El término glocal suele aludir a la idea de “pensar global y actual local”. Resulta atractivo y desafiante imaginar que nuestras profesiones, atávicamente establecidas en esa tensión entre las condicionantes locales-temporales y voluntad de universalidad-trascendencia, sean ahora especialmente aptas para desenvolverse en este escenario.Texto completo:
PDFDOI: http://dx.doi.org/10.32995/rev180.Num-20.(2007).art-205
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